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Hoy volví a nacer, estoy empezando a construir el presente desde una nueva visión del futuro, mi historia ya no es mi refugio, mi presente no existe, es el futuro, mis próximos escenarios, no serán utópicos serán posibles, quiero estar presente en la arquitectura de mi destino, mi historia verdadera empieza ahora.

domingo, 4 de julio de 2010

¿QUÉ TAL TE VAN LAS COSAS?

LA FÓRMULA « ¿QUÉ TAL TE VAN LAS COSAS? »


BRUCKNER, Pascal


¿Qué tal te van las cosas? Los hombres no siempre se han saludado de este modo a lo largo de la historia: invocaban la protección divina y nadie se inclinaba de la misma manera delante de un campesino y de un caballero. Para que la fórmula « ¿Cómo van las cosas? » aparezca, hay que dejar atrás la relación feudal y entrar en la era democrática, que supone un mínimo de igualdad entre individuos separados, sometidos a los altibajos de sus humores. Hay una leyenda sobre el origen médico de esta expresión, al menos en francés: « ¿Qué tal le va con las deposiciones? ». Es el vestigio de una época que veía en la regularidad intestinal un signo de buena salud.
Esta formalidad lapidaria y generalizada responde al principio de economía y constituye el lazo social mínimo en una sociedad de masas que pretende reunir hombres de todos los niveles. Pero a veces tiene menos de rutina que de intimación: queremos obligar a la persona encontrada a situarse, queremos dejarla atónita, someterla con una sola palabra a un profundo examen. ¿En qué momento estás? ¿En qué te has convertido? Se trata de una discreta conminación que obliga a cada cual a exponerse en la verdad de su ser. Pues, en un mundo que hace del movimiento un valor canónico, interesa que las cosas «vayan», aunque no se sepa adónde. ¿Por qué el « ¿qué tal te van las cosas?» maquinal que no espera respuesta es más humano que el « ¿qué tal te van las cosas?» lleno de solicitud de quien nos quiere desnudar, acorralarnos y hacernos un chequeo moral? Y es que el hecho de ser ya no se da por sentado, y hay qué consultar constantemente el barómetro íntimo. Al fin y al cabo, ¿tan bien me va? ¿No estaré adornando las cosas? Por eso mucha gente esquiva la respuesta y corta de inmediato, suponiéndole al otro la suficiente delicadeza como para descifrar en su «pues van» un discreto abatimiento. Esta contestación de renuncia es terrible: «van tirando», como si nos viésemos reducidos a dejar pasar los días y las horas sin tomar parte en ellos. Pero, a fin de cuentas, ¿por qué tienen que ir las cosas? Obligados a justificarnos todos los días, a veces cambiamos de lógica. Y somos tan opacos para nosotros mismos que la respuesta ya no tiene sentido, ni siquiera como formalidad.
«Hoy pareces en plena forma. » Este cumplido nos cae encima como una lluvia de miel y tiene valor de consagración: en el cara a cara entre los radiantes y los gruñones, estamos del lado bueno. Gracias a la magia de una frase, nos vemos colocados en la cima de una jerarquía sutil y siempre cambiante. Pero al día siguiente se pronuncia, implacable, un veredicto diferente: «Qué mala cara tienes». Es como un disparo a quemarropa, y nos arranca de la espléndida posición en la que nos creíamos instalados para siempre. Ya no merecemos la casta de los magníficos, somos parias, tenemos que arrastrarnos pegados a las paredes y ocultarle a todo el mundo la cara nublada.
En definitiva, « ¿qué tal te van las cosas?» es la pregunta más trivial y la más profunda posible. Para contestar con precisión, habría que proceder a un escrupuloso inventario psíquico, sopesándolo todo minuciosamente. Qué importa: hay que contestar «bien» por cortesía y civismo y pasar a otra cosa, o rumiar la respuesta una vida entera y reservar la declaración para más adelante.

BRUCKNER, Pascal(2008). La euforia perpetua. 3ª edic. Trad. por Encarna Castejón. España: Tusquets

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